Crees que no podrías dejar solo
por nada del mundo a tu compañero y amigo Germán, y te vuelves a buscarlo. No
deberías haber dudado ni un segundo, porque ahora está fuera de tu alcance al
punto en que ni siquiera lo ves, y tan solo puedes guiarte por sus gritos de
pelea contra el Kózkoro. “¡Mateo! ¡MATEO!” lo oís decir a vivas voces, y te
desesperas. ¿Tanto se podrían haber alejado?
De pronto lo encuentras luchando
contra un reptil extraterrestre, y corres a socorrerlo. Lo tiene agarrado del
cuyo y lo arrastra hacia no sabes dónde, pero no dudas en lo que tenés que
hacer. Agarras un fierro que encontrás cerca y que flamea, probablemente
humedecido con algún combustible o sustancia similar, y te largas hacia ellos.
Tu amigo te ve y previene lo que va a suceder, por lo que agacha la cabeza y te
deja camino libre para que vos golpees a su captor. Tu temple no es corrompido
ni por la menor piedad hacia ese monstruo y de un golpe lo empujas lejos,
permitiéndole a Germán zafarse y ponerse a tu lado, a salvo. Lo ves muy
anonadado por toda la situación, sin mayores secuelas que un enrojecimiento en
el cuello por dónde lo apretaban, pero sano después de todo. Pero no van a
estar así por mucho tiempo si se mantienen parados en medio de un incendio.
Tienen que correr, volver a la salida…pero al voltear se dan cuenta de que eso
es probable que no suceda. Una banda de Kózkoros se hace paso entre las llamas,
como si nos les hicieran daño o hubiesen dejado de hacerlo en algún momento. No
lo saben. Lo único cierto es que se ven tenebrosos, que no van a poder pelear
contra todos ellos por ustedes mismos, y que necesitan encontrar otra salida
cuanto antes. Lo primero a lo que los impulsa su aparición es a correr en
sentido opuesto, pero frente a ustedes está el espécimen al cuál golpeaste hace
unos segundos, ¿en serio les conviene ir por ahí?
No hay otra opción posible.
Prefieren uno solo al que ya “vencieron” que diez a los cuales no van a poder
vencer. Tu amigo se queda detrás de ti, y vos te haces paso hacia adelante,
directo al verde Kózkoro que parece esperarte con fuerzas renovadas a pesar del
palazo que le diste que bien podría haberlo dejado knocked-out. No lo ves ágil, a pesar de todo, y decidís
aprovecharte de eso; aferrarte a la que podría ser tu única oportunidad de
dejarlo a un lado y poder seguir por el camino que tiene detrás. Rogándole a
algún Dios que pueda apiadarse de ustedes, amagas a golpearlo por un costado
para que se cubra ese lado y despiste, y cuando lo hace, le asestas un palazo
lo más fuerte que te sale en el lado contrario. Tu treta surte efecto y él cae
de rodillas al suelo, sosteniéndose el carbonizado rostro y permitiéndoles
continuar. Germán y vos lo esquivan y se alejan de sus secuaces lo más rápido
que les dan las piernas, pero no hay mucho ya que puedan hacer. El camino
detrás suyo era un callejón sin salida entre dos columnas de fuego
impenetrables, y obstruyéndoles el paso está una pared de metal sólido,
inmutable. No hay nada que puedan hacer. Estar entre la espada y la pared
parece ser un destino que no les es fácil de sortear. Detrás de ustedes, ahora:
el objeto inamovible. Frente a ustedes, la fuerza imparable. Y en el medio de
la paradoja, ustedes. Indefensos, incapaces de hacer nada salvo aguardar a lo
peor. El fuego los cerca desde los costados, el humo desde arriba, el peligro
desde afuera, en el espacio exterior; la muerte desde todos los lados. Al menos
ahora estás con tu fiel amigo, juntos hasta el irremediable...
FIN.