(Viene de la
página 99)
—Síganme, es por acá—les dice Facundo, y comienza a avanzar hacia
los depósitos amontonados. Uno al lado de otro, más que galpones te parecen que
fueran tumbas de metal, aunque no decís nada al respecto. Los tres caminan
sigilosos, vigilando que no hubiera nadie a su alrededor, y finalmente se
detienen frente a uno de los contenedores, en el cuál Facundo golpea un
determinado número de veces con los nudillos hasta que se abre una puerta y los
hacen pasar hacia una mayor oscuridad. Dentro huele a encierro y a humedad, y
los asusta no ver nada, pero ni bien cierran un hombre se ocupa de prender un
velador y ustedes son capaces de ver a su alrededor. Es un desorden total.
Montañas de diarios apilados, un generador de energía y cables enredados
haciendo montones, computadoras a las que se ocupa el tal Samuel de encender
los monitores de nuevo. Hay de todo. Cajones, repuestos de aparatos
electrónicos, basura, colillas de cigarrillos, un par de botas de marinero, un
mechero, una estufa, fotografías colgando de una soga en el bajo techo,
secándose. El lugar parece un verdadero escondite de ratas.
—Pongan los aparatos ahí—ordena el tipo sin saludar, señalándoles
un lugar reducido en un escritorio donde había preparado tres cables conectores
que iban hasta la computadora frente a la cuál el “dueño de casa” se había
vuelto a sentar. Vos y Facundo obedecen y se lo quedan mirando, aguardando que
el hombre dijera algo. Es moreno, barbudo y canoso, y se limita a darle pitadas
al cigarrillo cada cuatro o cinco palabras que pronuncia.
—Tomará un rato, pónganse cómodos—ironiza, no habiendo más que
cajas maltratadas y banquetas de plástico. La pregunta que les hace luego de un
momento los desorienta— ¿Dónde está el otro aparato? Dijiste que detectaste
dos, Fabricio, y te dije que trajeras el tuyo. Falta uno.
—Facundo, me llamo, señor, y eso se lo van a tener que contestar
ellos—responde él.
Ustedes dudan si decirle o no la verdad a ese hombre. No quieren
detallar mucho acerca de la experiencia que tuvieron, aunque tampoco creen
correcto mentirle descaradamente. Él se daría cuenta, después de todo.
Resuelven por decirle que era un solo aparato, pero duplicado por una paradoja;
algo que es…más o menos cierto.
— ¿Una paradoja? ¿Entonces no hay un aparato desaparecido? —Inquiere,
por primera vez fijando la vista en ustedes. Se nota en su tono de voz que no
esperaba una respuesta semejante.
—No. Nos topamos con nosotros mismos. Sin querer…—explicas
brevemente, intentando hacerlo sonar menos importante y como si no hubiera sido
culpa suya.
—No son juguetes estas cosas, muchachos—sentencia, pero como no
dice más que eso, ustedes no responden nada. Él se dedica a escribir códigos
incesantemente en el teclado de su computadora por unos diez eternos minutos
más, hasta que dice: —Bueno, borré del historial los últimos programas
ejecutados en ambos aparatos, y dejé preparado un pequeño programa que borrará
el siguiente movimiento que ingresen en uno, para que puedan volver y nadie
sepa que estuvieron acá. Sus
satélites localizaron las coordenadas desde donde fueron emitidas las señales
de su aparato —los señala—, pero logré hacerlas pasar como si hubiesen sido un
rebote, y la señal original hubiese sido disparada desde otro punto. Ya no
tienen evidencias que los puedan inculpar, ni ahora ni nunca, porque quedarán inactivos
luego de que los usen una última vez. Pueden irse.
Sigue en la
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