Cómo
pensás que quizás por hoy han tenido demasiado, decidís plantearle a Germán tus
dudas sobre tener que continuar sus aventuras con el Artefacto Foráneo más
tarde. No te cuesta convencerlo de que una larga siesta no estaría nada mal, y
por el momento, deciden que como el meteorito seguía en la casa, para compartir
las evidencias deberías ser vos quien se lleve el aparato. Cada uno se va por
su lado, habiéndose despedido con un “hasta luego, amigo”, y acuerdan
encontrarse al día siguiente por la mañana para decidir qué hacer a
continuación. Vos, cansado de todo, te alegras de que no hubiera nadie a la
vista en tu casa que pudiera ver el aparato y subís a tu habitación para
ocultarlo lo mejor que podes envuelto en una frazada de invierno y puesto
debajo de tu cama. Acomodas el ventilador de pie para que te de directo a vos,
y te tiras vestido a la cama, aunque usas tu último esfuerzo para sacarte las
zapatillas. “Por fin tranquilidad”, pensás, y aunque repasas los últimos
acontecimientos en tu cabeza mirando el techo de tu cuarto, no tardas en caerte
dormido como un bebé.
Cuando
despertás, según tu reloj despertador en tu mesita de luz, son las once de la
noche. Habiendo estando tanto tiempo con el ventilador de cerca y las ventanas
abiertas, casi tenés frío, pero una vez que te enderezas en la cama te sentís
mejor. Te estiras y desperezas, y crees haber descansado lo suficiente, pero no
tenés ganas de decidir qué hacer a continuación hasta haberte comido todo que
haya en la heladera, por lo que vas a la cocina. Escuchas a tu mamá afuera y pensás
que, al igual que con los padres de Germán, no debe tener idea de todo aquello
por lo que has pasado el día de hoy. Está cómodamente sentada afuera,
disfrutando del aire fresco de las noches veraniegas, ignorando que estuviste a
punto de morir y corriendo para salvarte de militares que te querían muerto. Pensás
en todos los regaños y sermones que te daría si supiera tan solo parte de la
alocada aventura que vivieron vos y tu amigo y sonreís, porque sabes que lo
haría solo por lo muy preocupada que se pondría por vos. Con ese alegre
pensamiento abrís la heladera y encontrás materiales para hacerte un gran
sándwich, y no perdés tiempo alguno. Quince minutos después estás en tu
habitación, cómodamente recostado en tu cama comiendo y mirando televisión,
cuando alguien golpea la puerta de tu cuarto dos veces y anuncia:
—Hijo, hay un chico,
Facundo, que quiere verte. ¿Estás despierto? —Pregunta tu madre, y vos comenzás
a pensar. Facundo… ¿quién es ese? ¿Un chico de la escuela? ¿Va a fútbol con
vos? Oh, no…nada de eso. ¿No era ese el nombre del…del chico ese de la Internet que tenía
información sobre ese aparato que se encuentra escondido debajo de tu cama?
¡Sí, él mismo era! Vos y Germán habían estado a punto de ir a su casa pero
habían decidido que no era muy prudente confiar en algo así. ¿Qué hacía ese
chico ahora en la puerta de tu habitación? No tenés intención de que piensen
que estas dormido o que no lo querés recibir, por lo que abrís la puerta, saludas
al chico como si fuese tu amigo para que tu mama no sospeche, juego qué el
también desempeña con la misma intención, y cuando la puerta se cierra tras
ella, los dos intercambian una mirada que indica que el momento de la farsa
había terminado.
— ¿Qué haces acá? —Te
atajas.