3 mar 2014

PÁGINA 86


Los tres afortunadamente están escondidos entre los arbustos, invisibles para quienes estuviesen llegando en ese misterioso y lujoso auto negro y brillante. A vos te da la sensación de que ahí dentro podría estar el mismísimo presidente de los Estados Unidos, pero no le encuentras explicación.

— ¿Quién vendrá allí? ¿Qué creen que hará? —Pregunta Germán, sin querer haciendo que se le notara el miedo en su voz.

—No puede ser nadie importante…me refiero a que no creo que interfieran en nuestro plan, aunque parece muy misterioso—comenta Facu mientras el vehículo se acerca veloz.  Vos dudas. No hay otra razón para estar allí que no sea detenerse y hacer algo… ¿pero qué? ¿Vendría por ustedes, por la familia, por el meteorito que estaba a horas de caer…o por qué?

—Sea quien sea, no nos debe ver ni a nosotros ni al aparato—decís, a lo cual los otros dos te dan la razón. Salvo de eso, no estás seguro de nada más. No pasa mucho hasta que el auto llega cerca de ustedes, y empieza a frenar. Les pasa por delante a menor velocidad de la que venía hacía un instante, y ustedes sienten que no pueden hacer nada para evitar lo que estuviera a punto de suceder…pero nada sucede. Lento, estudiando cada ápice de la casa y sus alrededores, el automóvil con vidrios oscuros llega pero no deja de avanzar. Cuando decide que ha visto suficiente, acelera rápidamente, como si hubiesen robado un banco y los siguiese la policía, haciendo un ruido de llantas muy evidente que despierta la curiosidad de los dueños de la casa, y sigue su camino. Los niños se asoman por la ventana, y ustedes permanecen atentos a todo hasta que el auto se pierde de vista y ellos dejan de curiosear. Recién entonces se atreven a hablar.

— ¿Se dieron cuenta de que el auto no tenía patentes? —Dijo Facundo.

—Y las cubiertas tampoco tenían marcas, estaban completamente lisas—agregas vos, un detalle que no se te había escapado cuando pasó lentamente delante de su escondite.

—Es muy raro todo esto, yo pensé que se iba a detener, pero no hizo nada. ¿De qué le sirvió haber venido y no haberse siquiera detenido? —Inquiere tu amigo Germán, a lo que Facu responde:

—Es obvio que algo hizo. Quizás dejó una mini-cámara, un chip de rastreo tirado en la calle, o tal vez solo quiso memorizar la casa, no lo sé; pero algo hizo. El camino que siguió va hacia una ciudad vecina, pero es un camino mucho más largo que por la carretera principal. No tiene sentido esto.

—Deberíamos dejar la carta en el buzón y acabar con esto de una vez. Todavía nos falta volver al ático de la casa para asegurarnos de que la familia no haya estado acá cuando caiga el meteorito, y quedarnos hasta que vuelvan para ver lo que hagan sanos y salvos—sugerís.

—Es verdad, vamos—dice Facundo, y uno vigilando a la casa, el otro a la calle y el otro cumpliendo con la misión, finalmente depositan la invitación en el buzón y se marchan.


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