Los tres afortunadamente están
escondidos entre los arbustos, invisibles para quienes estuviesen llegando en
ese misterioso y lujoso auto negro y brillante. A vos te da la sensación de que
ahí dentro podría estar el mismísimo presidente de los Estados Unidos, pero no
le encuentras explicación.
— ¿Quién vendrá allí? ¿Qué creen
que hará? —Pregunta Germán, sin querer haciendo que se le notara el miedo en su
voz.
—No puede ser nadie importante…me
refiero a que no creo que interfieran en nuestro plan, aunque parece muy
misterioso—comenta Facu mientras el vehículo se acerca veloz. Vos dudas. No hay otra razón para estar allí
que no sea detenerse y hacer algo… ¿pero qué? ¿Vendría por ustedes, por la
familia, por el meteorito que estaba a horas de caer…o por qué?
—Sea quien sea, no nos debe ver
ni a nosotros ni al aparato—decís, a lo cual los otros dos te dan la razón.
Salvo de eso, no estás seguro de nada más. No pasa mucho hasta que el auto
llega cerca de ustedes, y empieza a frenar. Les pasa por delante a menor velocidad
de la que venía hacía un instante, y ustedes sienten que no pueden hacer nada
para evitar lo que estuviera a punto de suceder…pero nada sucede. Lento, estudiando
cada ápice de la casa y sus alrededores, el automóvil con vidrios oscuros llega
pero no deja de avanzar. Cuando decide que ha visto suficiente, acelera
rápidamente, como si hubiesen robado un banco y los siguiese la policía,
haciendo un ruido de llantas muy evidente que despierta la curiosidad de los
dueños de la casa, y sigue su camino. Los niños se asoman por la ventana, y
ustedes permanecen atentos a todo hasta que el auto se pierde de vista y ellos dejan
de curiosear. Recién entonces se atreven a hablar.
— ¿Se dieron cuenta de que el
auto no tenía patentes? —Dijo Facundo.
—Y las cubiertas tampoco tenían
marcas, estaban completamente lisas—agregas vos, un detalle que no se te había
escapado cuando pasó lentamente delante de su escondite.
—Es muy raro todo esto, yo pensé
que se iba a detener, pero no hizo nada. ¿De qué le sirvió haber venido y no
haberse siquiera detenido? —Inquiere tu amigo Germán, a lo que Facu responde:
—Es obvio que algo hizo. Quizás
dejó una mini-cámara, un chip de rastreo tirado en la calle, o tal vez solo quiso
memorizar la casa, no lo sé; pero algo hizo. El camino que siguió va hacia una
ciudad vecina, pero es un camino mucho más largo que por la carretera
principal. No tiene sentido esto.
—Deberíamos dejar la carta en el
buzón y acabar con esto de una vez. Todavía nos falta volver al ático de la
casa para asegurarnos de que la familia no haya estado acá cuando caiga el
meteorito, y quedarnos hasta que vuelvan para ver lo que hagan sanos y
salvos—sugerís.
—Es verdad, vamos—dice Facundo, y
uno vigilando a la casa, el otro a la calle y el otro cumpliendo con la misión,
finalmente depositan la invitación en el buzón y se marchan.