El espíritu aventurero y la repentina valentía de Germán te
terminan convenciendo. Puede que en un principio no te agradara del todo la
idea de jugar a hacerse los héroes, porque se corría demasiado peligro en vano,
pero admites que en el fondo siempre has tenido el deseo de ser reconocido por
una buena acción, ser admirado, aceptado, respetado, y si para eso tenías que
arriesgarte un poco quizás…al final, al menos, si pensabas en el premio y
mantenías los ojos en él, quizás sí valía la pena después de todo.
— ¿Venís o no? —te pregunta entonces.
— ¿Me prometes que vamos a volver sanos y salvos y vamos a
hacer lo posible para salir vencedores? —le contestas, con lo cual él te mira
con los ojos centellantes y una sonrisa, para responderte extendiéndote la mano.
—Es una promesa—y tras el apretón, los dos se paran enfrente
a la luminosa ventana dimensional, dan un largo suspiro, comparten una última
mirada y asienten al unísono, sabiendo los dos por esa seña que estaban listos
para cruzar juntos, y para enfrentarse a lo desconocido, al peligro, a la
muerte, a lo que sea que el destino les depare tras ese portal a otro mundo,
juntos. Se toman de la mano, miran fijo a la verde fisura inter-dimensional, y
tras contar hasta tres, vos y tu amigo cierran los ojos, se encojen de hombros,
y pasan corriendo.
Se encuentran en un lugar más limpio e iluminado de lo que
esperaban, aunque notan que afuera de la habitación en la que se encontraban
también era de noche. El piso blanco que pisaban parecía de metal, y había
ventanas transparentes a lo largo de toda la pared circular que rodeaba ese
espacio. A lo largo, también en círculo, de todo el lugar, vieron mostradores
con infinitos botones, palancas, y pantallas con luces, y lo peor de todo, fue
ver las criaturas que manejaban esos mecanismos y que se encontraban a solo
pasos de ustedes. Sientes como la mano de tu amigo aprieta la tuya con más
fuerza que antes, y miras en la dirección que él estaba mirando, para darte
cuenta que una de esas altas, asquerosas criaturas bípedas de aspecto reptil y
viscoso estaba a solo pasos de él, y lo apuntaba con un arma de apariencia
similar a la suya, como si fuera una extensión de su cuerpo. Germán se paraliza
al instante, y sientes la obligación inmediata de actuar, porque sabes que él
no se movería y los dos no vivirían para contar ese suceso si fuera por él.
Entonces, al mismo tiempo en que el armado ser extraterrestre da un aviso con
su voz gutural a los demás especímenes dispersos en la sala, vos tiras de la
mano de tu amigo y lo haces correr en tu misma dirección hacia una de las
paredes, justo antes de que el disparo le fuese a dar al estómago. En el medio
de la sala había una cilíndrica máquina, y encima de un mostrador con más
botones había lo que parecía ser un dispensador de armas como las que portaban
los alienígenas.
Había quizás diez más de esos bichos en la sala, y hasta que
todos se dieron vuelta y los vieron correr y comprendieran lo que estaba
pasando, vos tuviste el suficiente tiempo para tirar de tu amigo hasta el
dispensador y tomar dos de esas pistolas con piel verde en su superficie.
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