A pesar de que Germán casi termina peleándose contigo por la
decisión que tomaste, crees que no usar el aparato, por lo pronto, es lo mejor
que podrían hacer. Como ves que a tu amigo no le gustó en lo absoluto que le
hicieras la contraria, tratas de no empeorar las cosas y le dices que te irás a
tu casa y lo dejarás solo al menos hasta mañana. Al día siguiente seguramente
ambos encontrarían una forma de enmendar las cosas de modo que los dos estén
felices, aunque sabes que definitivamente no habría chance de que terminen
haciendo lo que él quería, puesto que como representa en sí tantos peligros
sabes que harías lo imposible para mantenerlo a salvo y no dejar que se meta en
problemas. Después de todo, lo consideras casi un hermano para ti.
Esa misma noche, luego de que en tu casa te aburrieses un
largo rato mirando televisión e intentases sin mucho éxito no hacerle caso a
esa voz en tu cabeza que te dice: “no tendrías que haberlo dejado solo con el
artefacto ese, él es tan testarudo que acabará metiéndose en problemas con o
sin vos a su lado”, un sonido conocido te saca de tu ensimismamiento. Es el
teléfono que vuelve a sonar tal como la noche anterior. La misma voz que te
torturaba hace unos momentos el remordimiento, te dice: “ahí lo tienes; es él,
y se ha metido en terribles problemas”, pero vos tratas de hacer caso omiso a
sus palabras y corres hasta lograr poner el audífono en tu oído antes de que
nadie más lo haga. Sientes a alguien jadear nerviosamente y tus ojos amenazan
con salirse de sus cuencas. No puedes creer lo que acabas de oír.
— ¡Mamá, voy a la casa de Germán! —solo avisas, apresurándote
por agarrar tu bici y salir inmediatamente. Tu madre logra salir y gritarte,
algo atontada por la rapidez con la cual te ve alejarte, que no vuelvas tarde,
pero de haber estado lo suficientemente cerca como para contestarle no sabes
que le hubieras respondido. No estabas seguro de nada en ese momento, salvo de
que tu amigo te necesitaba con él lo antes posible y allí ibas a estar.
Sus padres se sorprenden al verte de repente, pero tratas de
aparentar estar tranquilo y preguntas por él, a lo cuál te responden
tranquilamente que estaba en su cuarto. Pasas a su lado como si nada y apenas
crees estar fuera de su vista, corres a toda velocidad hasta las escaleras y
éstas las subes de a dos escalones por vez. La puerta de su cuarto estaba
abierta y de ella salía un resplandor blanco verdoso, y tú te armas de coraje y
atraviesas el umbral, logrando ver una escena espeluznante. Tu amigo yace
petrificado a un lado de la cama, a un metro tuyo, con el auricular del
teléfono aún en el oído y los ojos brillosos por no haber pestañado en todo ese
tiempo. Está temblando del miedo, tal como pudiste notar por la miserable
cantidad de palabras que te dijo hace unos momentos.
—Germán…—le dices, teniéndole lástima por el lamentable
estado que tenía, pero a la vez temiendo tú también por eso que tan asustado lo
había dejado— ¿cómo…?
Pero no puedes terminar la pregunta. El resplandor verde que
creíste era una lámpara se mueve al otro extremo de la habitación. Crees ver
una mano larga resplandeciendo…estirándose hacia ti.