8 ene 2013

PÁGINA 37


A pesar de que Germán casi termina peleándose contigo por la decisión que tomaste, crees que no usar el aparato, por lo pronto, es lo mejor que podrían hacer. Como ves que a tu amigo no le gustó en lo absoluto que le hicieras la contraria, tratas de no empeorar las cosas y le dices que te irás a tu casa y lo dejarás solo al menos hasta mañana. Al día siguiente seguramente ambos encontrarían una forma de enmendar las cosas de modo que los dos estén felices, aunque sabes que definitivamente no habría chance de que terminen haciendo lo que él quería, puesto que como representa en sí tantos peligros sabes que harías lo imposible para mantenerlo a salvo y no dejar que se meta en problemas. Después de todo, lo consideras casi un hermano para ti.

Esa misma noche, luego de que en tu casa te aburrieses un largo rato mirando televisión e intentases sin mucho éxito no hacerle caso a esa voz en tu cabeza que te dice: “no tendrías que haberlo dejado solo con el artefacto ese, él es tan testarudo que acabará metiéndose en problemas con o sin vos a su lado”, un sonido conocido te saca de tu ensimismamiento. Es el teléfono que vuelve a sonar tal como la noche anterior. La misma voz que te torturaba hace unos momentos el remordimiento, te dice: “ahí lo tienes; es él, y se ha metido en terribles problemas”, pero vos tratas de hacer caso omiso a sus palabras y corres hasta lograr poner el audífono en tu oído antes de que nadie más lo haga. Sientes a alguien jadear nerviosamente y tus ojos amenazan con salirse de sus cuencas. No puedes creer lo que acabas de oír.

— ¡Mamá, voy a la casa de Germán! —solo avisas, apresurándote por agarrar tu bici y salir inmediatamente. Tu madre logra salir y gritarte, algo atontada por la rapidez con la cual te ve alejarte, que no vuelvas tarde, pero de haber estado lo suficientemente cerca como para contestarle no sabes que le hubieras respondido. No estabas seguro de nada en ese momento, salvo de que tu amigo te necesitaba con él lo antes posible y allí ibas a estar.

Sus padres se sorprenden al verte de repente, pero tratas de aparentar estar tranquilo y preguntas por él, a lo cuál te responden tranquilamente que estaba en su cuarto. Pasas a su lado como si nada y apenas crees estar fuera de su vista, corres a toda velocidad hasta las escaleras y éstas las subes de a dos escalones por vez. La puerta de su cuarto estaba abierta y de ella salía un resplandor blanco verdoso, y tú te armas de coraje y atraviesas el umbral, logrando ver una escena espeluznante. Tu amigo yace petrificado a un lado de la cama, a un metro tuyo, con el auricular del teléfono aún en el oído y los ojos brillosos por no haber pestañado en todo ese tiempo. Está temblando del miedo, tal como pudiste notar por la miserable cantidad de palabras que te dijo hace unos momentos.

—Germán…—le dices, teniéndole lástima por el lamentable estado que tenía, pero a la vez temiendo tú también por eso que tan asustado lo había dejado— ¿cómo…?

Pero no puedes terminar la pregunta. El resplandor verde que creíste era una lámpara se mueve al otro extremo de la habitación. Crees ver una mano larga resplandeciendo…estirándose hacia ti.


PORTADA

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CONTRAPORTADA

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