A pesar del hecho de poder llegar
a ser descubiertos si hacen demasiado ruido o interceptan la llamada, crees que
no pueden perder más tiempo. La posibilidad de que la ayuda esté aguardando por
esa llamada es demasiado tentativa y presente como para dejarla ir, como para
desaprovecharla y sufrir las consecuencias. Crees que lo más correcto es
efectuar la llamada, y por ende, persuades a la doctora y a Germán con los
argumentos suficientes, y logras que ellos la hagan mientras vos continuas
vigilando.
— ¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —escuchas que pregunta la doctora Gerbert en voz baja. Dividís tu
atención entre lo que sucede a tus espaldas, en la cocina, y lo que pase en el
pasillo, frente a vos y tras la puerta. —Si alguien me escucha, estamos en el
sector de la cocina. Podría haber Kózkoros rondando, y necesitamos refuerzos—dice.
Si bien parece que sus intentos de comunicarse con alguien de la Alianza
Galáctica no tiene resultados favorables, ella oye algo que
la hace dudar y comienza a hablar más fuerte: — ¿Me escuchan? Dije que
necesitamos ayuda. Sé que hay alguien ahí—agrega. La doctora se dispone a
hablar más fuerte aún, pero entonces se interrumpe de pronto, debido a que
fuera del cuarto donde ustedes están escondidos se escucha algo que los tres
pueden percibir claramente. Son ellos. Su correr, sus voces guturales, y los
alaridos de una bestia que se oye tan o más terrible que ellos, no les dejan
margen de duda. Vos te alejas silencioso de la puerta, y los tres se reúnen en
el extremo opuesto de la entrada lo más callados que les es posible, pero escuchan como si un
sabueso enorme los estuviera olfateando desde afuera. Cuando un rugido similar
a un sonoro terremoto les sacude los huesos, la puerta comienza a temblar
abollándose con lo que ustedes creen son las embestidas de la bestia que
ustedes solo pueden imaginar. Tras varios rápidos intentos que ustedes solo
pueden observar petrificados, se escucha el cargar de un arma poderosa y luego
el estallar de una bomba estruendosa. Ustedes se cubren detrás de una mesada, y
luego se animan a echar un vistazo. Si los Kózkoros tuvieran una abeja reina, o
una mascota exageradamente grande, tendría que ser esa. Escamosa, parecida a un
sapo-lagarto de cuatro patas con garras, la criatura les profiere otro gutural
terremoto como a los que estaban acostumbrados por parte de sus hijos/dueños,
pero muchísimo más fuerte y que esta vez en serio hace temblar las paredes.
Tras ella, los otros alienígenas se dejan ver empuñando sus armas, y es
entonces cuando la doctora cae en la cuenta de que debían hacer algo pronto.
— ¡Corran, al depósito! ¡No se detengan! —Les ordena, y ustedes no
hacen otra cosa que obedecerla. Los Kózkoros comienzan a disparar, y la bestia
se acerca a ustedes, pero estaban a pocos pasos de la puerta y logran entrar a
la sala antes de que las cosas pasaran a peor. De igual manera, siguen
corriendo; bien conscientes de que a los monstruos reptiles les costaría poco
alcanzarlos. — ¡Tiene que haber una salida de emergencia cerca! ¡Síganme! —
dice ella, y vos y Germán cruzan los almacenes de comida, estanterías con
tanques de agua y armarios con suministros en busca de alguna puerta por la cual
escapar. Tras ustedes, otra explosión deja paso a los Kózkoros y su feroz
mascota, quienes comienzan a arrasar con todo a su paso y dispararles de nuevo.
La bestia tira los estantes como fichas de dominó y los comienza a perseguir,
hambrienta…