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Vos crees que Facundo también
tiene razón. A pesar de que la situación se les está yendo de las manos e irse
es una idea tentadora, no llegaron tan lejos como para marcharse justo ahora.
Es crucial que antes de volver a su tiempo se aseguren que la familia quede a
salvo de todo esto, y les haces saber a tus amigos tu opinión. ¿Habrá alguna
forma de que todo quede resuelto?
—Tenemos que pensar en algo
rápido, algo como…—termina Facundo, y repentinamente él les dirige una rápida
mirada a los oficiales, y como obedeciendo a un plan que se le acaba de
ocurrir…sale corriendo en dirección contraria al peligro, artefacto en mano.
Ustedes, atónitos, corren de igual manera tras él, pero los oficiales descubren
su huída y también se suman a la persecución. Facundo corre veloz, aún con peso
extra, y mientras lo hace, quién sabe cómo, va presionando botones en el
aparato. A ustedes les cuesta alcanzarlo, pero aparentemente él no planeaba correr
para siempre; y de pronto, habiéndose alejado bastante de la casa Rosier, se
detiene en seco en medio de la ruta y continúa escribiendo coordenadas y
comandos.
— ¿Qué hacés, Facundo? ¿Estás
loco? ¿Cómo te vas a largar a correr y ahora te vas a detener en el medio de
la…?—Comienzan ustedes a gritarle mientras buscan aire.
—Un segundo…solo esperen…—les
contesta. Los oficiales se les acercan, comienzan a gritarles órdenes,
amenazas, improperios; a burlarse de ustedes. Eso no va a terminar bien, y a
ustedes los desespera el no saber qué ocurre, qué hacer. —Falta solo un
segundo, esperen…
— ¡¿Pero para qué?! ¡¿Qué vas a
hacer?! —le gritas vos en un impulso causado por el miedo. Él continúa
escribiendo en la máquina, y justo cuando ustedes casi pueden sentir las
inminentes balas de los oficiales que seguro comenzarían a disparar de un
momento a otro, él exclama algo que queda opacado por la luz y el poder del
artefacto que los succiona dentro a todos, y cuando abrís de nuevo los
ojos…estas cayendo. Todos lo están: vos, tus dos amigos, los oficiales, sus
armas peligrosas…todos. Caen desde cientos de metros de altura, como si se
hubiesen lanzado de un avión. Todos gritan, sienten el aire golpeándolos desde
abajo con fuerza, resistiéndose a un impacto que no van a poder evitar.
Es un caos. Órdenes gritadas que
no pueden cumplirse, varios disparos que no llegan a atinarles, el intento de
ustedes tres por mantenerse juntos, Facundo que no ha cesado de presionar
botones, y vos y Germán que no han parado de preguntarle qué pretende hacer.
Van a morir. Nadie se salvaría de una caída así, no cayendo al concreto de la
ruta o a la tierra árida; y ustedes están incluidos. Germán grita por su vida,
vos por tu miedo a tu muerte, el resto por intentar salvarse, y de pronto, el
único que grita de júbilo en ese huracán vertical de la perdición, es Facundo.
“¡Listo!”, dice, y justo cuando los oficiales vuelven a disparar en su
dirección, él acciona el poder del aparato y la luz enceguecedora los vuelve a
cubrir, pero esta vez solo a ustedes. Sentís que entras al agua con un sonoro
golpe y, cuando volves a abrir los ojos, estás intentando nadar a la superficie
para buscar aire. Sacas la cabeza fuera del agua, y no crees lo que ven tus
ojos…
Sigue (no por mucho) en la página 145