— ¿A…a mi? ¿Por qué
a mí? —Preguntas vos. Si sospechaban que vos estabas en la nave, sabes que
ahora lo tienen confirmado. Te vieron, te persiguieron, te dispararon, y te
están buscando en este preciso instante. ¿Qué terrible cosa querrían hacerte?
—Bueno, por lo que
vos nos contaste y ellos habrán averiguado, fuiste vos quién hirió a los Kózkoros
en aquella nave de la que los sacamos a los dos. Y vos…bueno, casi tiras su
plan por la borda, por así decirlo. Hasta que descubrieron que el mensaje no
había sido enviado, ellos pensaban que su plan ya había fracasado, y al menos
como último acto querían, bueno…vengarse con vos. Pero ahora que saben que por
el momento no están en peligro y nadie los está persiguiendo ni sabrán nada a
menos que ellos lo eviten, nos quieren capturar a todos juntos y…
— ¿Destruirnos? —Decís
con un hilo de voz. La sola idea de que todo eso les pudiera llegar a pasar a
toda la tripulación incluidos vos y tu amigo y que todo sea por tu culpa te
hacía tener náuseas.
—Bueno, por el
momento creo que piensan que les podemos ser útiles para algo. No han disparado
a matar. Yo puedo asegurarte que lo que quieren es atraparnos, inmovilizarnos,
evitar que esto pase a mayores. Quieren tener la situación bajo control, pero
nosotros tenemos un as en la manga—afirma el Capitán. De un bolsillo en su saco
azul saca lo que te parece es un chip, como una pequeña tarjeta magnética, y
justo cuándo estabas por preguntarle qué era eso, explica: —Tengo el mensaje de
ayuda guardado aquí. Llegará hasta la sede de la Alianza Galáctica en un minuto
luego de transmitida. Naves de rescates vendrán en seguida luego de eso, pero
tenemos que llegar hasta la sala de control y enviarlo sin que nos
capturen—dice, para agregar mirándolos— ¿Creen que podremos hacerlo? Vamos a
necesitar que nos ayuden.
— ¿Nosotros? —Pregunta
Germán, no entendiendo nada. Vos estás tan anonadado como él.
—Sí, chicos. Yo
guiaré la marcha pero ustedes van a tener que guardarme la espalda. No podemos
evitar que nos capturen, no antes de que enviemos el mensaje—informa, y en lo
que lo hace va hasta un panel incrustado en la pared y tras poner una
contraseña, el panel se abre y deja ver una colección de armas, pistolas y
cañones, de las cuáles saca cuatro. Toman una él, una ella, y les ofrece una a
vos y a tu amigo. Germán te mira temeroso antes de tomar la suya, y vos lo
imitas.
—No están
calibradas para matar, chicos. Nunca les pediríamos eso. Si impactan contra los
Kózkoros los infectarán con una toxina que los paraliza e imposibilita casi al
instante. Los efectos son mejores si les atinan en el pecho o la cabeza, pero
de todas maneras resultarán—les explica la enfermera en un tono mucho más
amable y comprensivo, casi maternal. ¿Pelear contra los Kózkoros? ¿Enfrentarse
verdaderamente a ellos, en igualdad de condiciones, ambos bandos armados? ¿Es
una broma todo esto? El Capitán espía por una finísima abertura en la puerta y
dice:
—Prepárense,
chicos. Ni bien vean a uno de ellos disparen a discreción y manténganse detrás
de mí. Cuídense entre ustedes y no se separen. Vamos, a la cuenta de tres.
¡Uno…dos…tres!