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El chico que se deja ver en el umbral del cobertizo da lástima. Es
pálido como un fantasma, delgado, ojeroso y de aspecto maniático, pero les
sonríe con confianza. Ustedes no alcanzan a ver nada detrás de él, pero tras
una mirada sospechosa al exterior buscando espías invisibles, los empuja dentro
en solo un momento. “Sigan caminando, rápido” les dice, obligándote a dirigir la
marcha a tientas. En un momento casi tropiezas con la escalera que parece
querer dirigirlos hacia un sótano aún más en penumbra, pero encuentras la
baranda para sostenerte y avanzas cauteloso. Si antes podían oír algún
ocasional canto de un pájaro, brisa pasajera o voz de vecinos, ahora el
silencio es total y les cae encima demasiado pronto. Las escaleras terminan
pronto, y Ulises se les adelanta para encender una luz en el medio del sótano.
El débil foquito alumbra una sala llena de computadoras, dispuestas una al lado
de la otra, aparentemente apagadas por el momento. El lugar huele a humedad, es
caluroso, y te provoca dolor de cabeza, pero él parece estar en su elemento. A
tu lado, Germán mira todo algo asqueado, porque se ve que el tipo no es muy
higiénico que digamos, y Facundo se muestra intrigado por lo que el hombre
estaba por hacer, ya que sienta de inmediato en un muy cómodo pero muy viejo
sillón frente a una computadora en el centro y se pone a escribir algo con el
teclado.
—Siéntense, chicos. Esto podría
llevar unos minutos—les dice en susurros, mientras enseguida la máquina frente
a él y otras a su lado comienzan a mostrar imágenes de lo que parecen programas
de televisión pasados rápidamente como en ‘zapping’.
—Gracias…—decís, poniéndote
detrás de él pero no sentándote aún. Tus amigos se acercan también a su
pantalla e intentan como vos averiguar lo que estaba haciendo, aunque te dejan
a vos el turno de preguntar: — ¿Qué…qué hacés, Ulises? ¿Se…se puede saber?
—Bueno, ¿no es obvio? Estoy
pinchándoles el satélite, miren—les contesta aún en voz baja, mientras más
computadoras se van encendiendo e iluminando el sótano, llenándolo a su vez de
sonidos de ventiladores y de los audios de los programas que se mostraban como
interferidos. —Todas mis máquinas están conectadas, por lo que me dejan ver con
más claridad qué es lo que está sucediendo y cómo está funcionando mi…pequeño
virus—agrega. Mientras más códigos y más caracteres muestra su pantalla, más
responden las demás computadoras por todo el cuarto. Ustedes se debaten en
hacia dónde mirar, porque en todas se parece estar mostrando lo mismo y a la
vez algo distinto. En un momento indicado él se pone de pie súbitamente,
haciéndolos sobresaltar, y les dice “Síganme”. Los guía hacia el fondo de la
habitación, haciéndose paso entre un montón de cables y enchufes, y los deja
junto a una mesita pequeña con una cámara dispuesta frente a un telón negro y un banquito de
madera. Ustedes no tienen idea de para qué puede ser eso ni para qué Ulises los
había llevado hasta allí, pero todo cobra sentido cuando él les dice:
—Bueno. Tendrán unos pocos
minutos para transmitir la noticia. Saldrá en…em…gran parte del mundo, y
calculo que podrá salir subtitulada en los países que no hablen español. ¿Están
listos?
—Pará, ¿listos para qué? —dice Germán. — ¿Vamos a salir…en televisión global…en vivo, y ahora?
Continúa en la página 137