(Viene de la página 157)
No pueden más que acceder a
ayudarlo, y deciden no perder más el tiempo. El plan podría ser peligroso, pero
era bastante simple en teoría. El problema, como siempre, iba a hacer la puesta
en práctica. Armados solo con tu cuchilla, el fierro de Germán y el hacha de
Facundo, los cuatro espían los alrededores antes de salir y finalmente se
lanzan a la misión.
—Sólo síganme—les dice, y en ese
momento se te ocurre preguntarle algo que no sabían de él:
— ¿Recuerda su nombre, señor? —inquirís
mientras corren sigilosos por las calles desiertas.
—Díganme Héctor, y no hablen más
a no ser que sea necesario. Estén atentos, puede que tengamos que pelear—les
alerta, agarrando una botella rota de vidrio que encuentra entre más basura,
para luego callarse. El viaje les resulta largo, cansino, y no pueden evitar
tener los nervios de punta todo el tiempo. El ambiente es muy silencioso, y
casi les parece demasiado tranquilo. Solo comienzan a ver circular muchas más
patrullas de Kózkoros y humanos esclavos cuando están a cien metros de la base
extraterrestre. Al verla, pensas que el plan está arruinado, porque es
imposible entrar sin que alguien los vea. La fortaleza alienígena parece un
enorme apéndice radioactivo, verde y húmedo, como si se tratara de una criatura
y no una construcción. Héctor no le presta mucha atención, sino que se focaliza
en planear una estrategia desde su escondite tras un auto incendiado abandonado
en la vereda de la calle; pero a ustedes les produce asco el solo pensar
meterse allí dentro. Cuando por fin habla, ustedes tienen que acercarse para
poder escucharlo: —Pensé que sería más sencillo, pero por lo que veo ahora
estando consciente, no hay manera de que nos infiltremos sin que lo noten. Me
temo que vamos a tener que esperar a que un grupo de gente pase para colarnos
con ellos. Nos va a ser fácil así, porque no desconfían de nosotros, pero hay
un problema. Si entramos con el aparato en la mano, seguro que lo van a
detectar, incluso si intentamos meterlo dentro de nuestras ropas. Sé que no
quieren despegarse de él porque es su única salvación, pero si entro solo no
voy a poder salir, y yo tengo que ir porque soy el único que ha visto funcionar
esa tecnología. Creo que nos quedan estas opciones: o lo dejamos escondido en
algún lugar hasta que regresemos, o alguien se va a tener que quedar acá.
Una breve mirada a tus compañeros
te confirma que están todos pensando en lo mismo. El artefacto no puede
quedarse solo de ninguna manera. Le dicen eso a Héctor, y él les responde:
—Sí, me parece que va a ser lo
mejor. De todas formas, las filas de humanos cuidados por los Kózkoros son
siempre de a dos, así que si vamos a meternos junto a un grupo de personas,
alguno va a tener que venir conmigo. No sé qué habrá pasado con el grupo del
cual me sacaron que quedó con un hombre menos; quizás sigue patrullando. Pero
si vamos a meternos allí y no queremos que nos atrapen, alguien va a tener que
venir conmigo y los otros nos van a tener que esperar—sentencia. —Así que, ¿quién
viene? —. Otra mirada cómplice indica ahora que ninguno quiere ser el
afortunado, pero lo que dice Héctor tiene sentido, y ustedes van a tener que
elegir.
Si decides ser vos quien vaya, sigue en la página siguiente.
Si te quedas callado esperando que otro se ofrezca, continúa en la 165.